Walter era un niño muy soñador que si algo amaba en este mundo era leer, por eso es que ocupaba sus tardes leyendo debajo de un árbol hasta que oscurecía y debía volver al hogar.
Los conejos hicieron sus vidas como las hacían siempre y no se percataron de que había un intruso en la casa. Esta experiencia a Walter le cambió la vida porque vio de cerca cómo vivían estos animales y se dio cuenta de que eran iguales a los humanos, ellos cantaban, bailaban, recitaban poesía, se amaban y daban mucho cariño. En un momento determinado de la noche es que el papá conejo saca de su bolsillo castañas para sus hijos y para su bella mujer una piedra amarilla que los humanos llamamos oro, pero para ellos solamente era muy brillante y por eso las guardaban en el armario. Walter pensó en quitarles el oro para poder convertirse en ricos, pero luego se le fue la idea de la mente porque comenzó a sentir mucho cariño por los conejos.
Cuando la familia lo encontró tras la cortina, de inmediato quisieron interrogarlo y así se aseguraron también de que nunca volvería a maltratar a un conejo, lo dejaron ir con dicha condición y como obsequio por la visita le dieron todas las pepitas de oro que guardaban. De todos modos, él no pudo salir de ahí con el oro porque no logró hacerlo pasar por el tronco. Aun así el día siguiente pensó que todo había sido un sueño y comprobó que era verdad cuando el conejo le habló nuevamente.